Bienvenidos a Bordo

Ante el vacío nosotros tomamos los riesgos, padecemos implacable el placer para sufrir o reír, con suerte ambas. Somos quienes pretenden el peligro domar y la belleza emancipar del devenir. Aquí estamos, somos los amantes y hacemos el amor posible.

Samara


Ocurrió en un momento de silencio, durante el desayuno. Habría vivido en aquella vieja covacha cerca de 10 años, el moho de la desesperación pretendía inteligencia en las paredes. Con la barba crecida como juego, la cadencia de mi mano se entretenía. Lo escuché entonces. Ese tímido Bip-bip. Tardé en comprender el llamado, como el silbido de los amigos y su eterna sonrisa que invitaba a jugar. Mirando al piso enjuté mi continente, la concentración fue sanguínea.

Al poco rato comencé a poner mi oído derecho sobre los muros, deslizando el cuerpo para acercarme al sonido. Dando tumbos recorrí la pequeña habitación y preguntándome a mí mismo con más y más interés. El sonido ahora era tan familiar, bip-bip decía. Al fin tropecé con la mesita que utilizaba para coleccionar las tazas sucias. Ahí estaba, en el pequeño cajón, mi directorio telefónico. Si pusiera en una balanza todas mis obras, el directorio telefónico sería la peor y la más pesada. Una masa de recuerdos, anotaciones, la muerte de mi madre, unas partituras, mis dibujos obscenos con la vecina y los números telefónicos de todas esas mujeres que utilicé o me utilizaron, las hojas desgarradas eran furia pura, atropellos y heridas sólo postergadas. Amores inconclusos, manchas incluso: sangre, semen, lágrimas, todos los fluidos de cuerpo han escrito en sus hojas. Observé intrigado sus doradas letras, DIRECTORIO, gritaban. El más duro golpe en la cabeza se sentiría orgulloso de lo que estaba por venir. El bip-bip se hizo ensordecedor y la memoria me aventó el expediente.

Hacían 10 años que había ocurrido. Ella, la mujer, se fue y con su disciplina cegada los misterios del universo quedaron irresueltos. Recurrí a mi directorio, en un arranque de furia, cuando la mucosa escurre vilmente y mancha nuestro rostro, escribí las preguntas fundamentales y junto a ellas su nombre: SAMARA. Como perro de presa corrí por la campiña, empuñando esa hoja con siete dobleces y doce puntas selladas en lágrimas. Corrí, corrí y corrí, puteando alaridos y venganzas sórdidas, exigí la muerte y corrí, sólo recuerdo el aroma a frambuesas y las escenas en túnel sacudirse. Esperé que el cielo me escupiera su nombre en mi cara, para mi sorpresa aquella hoja tomó vuelo, diáfano el cielo mostró su trayectoria con un trazo blanco y claro. Dormí entre lobos y a la noche siguiente entre mis muertos.

Abrí entonces el directorio, buscando el bip-bip. Samara me escribía poemas de entre las cuatro esquinas del tiempo y el trazo de las ocho gargantas del absoluto.

“Este es el viaje que he emprendido por ti, ha sido largo y las respuestas lo son aún más. Desde aquí arriba aprecio una obra que no tiene firma. Es irremediable. Es enorme. Es hermoso. En el péndulo del tiempo no hay juez, la sensación aquí es apacible. Encuentra en mis versos el canto que tu animal que entiende necesita, no hay máxima coronación que mirar al cielo y llorar en busca de respuestas; aprenderás que no fueron fundamentales, apenas la obertura de esta pequeña gota que contiene todo. Este es mi legado, para ti”

La suave mano de mi madre ha vuelto y su manto me cubre todas las noches, en el apacible reducto de mi soledad.


“La suma de prioridades resulta en austeridad”.
Raymundo Bolaños

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